Editoriales

Fuente de la Villa

Alguien muy querido me dijo que “al final de nuestros días, lo que cuentan son las personas que hemos amado y las ciudades en las que hemos vivido.” Creo que la cita es del peruano Alfredo Bryce Echenique, escritor estupendo, pero no sería la primera vez que cito mal o que atribuyo una cita al autor equivocado. Pisé Valdemoro por primera vez en 1997 y, desde entonces, con mis idas y con mis venidas, he trabajado y he vivido en Valdemoro. Eso hace que, al final de mis días, Valdemoro cuente. Contará Valdemoro y contarán los múltiples valdemoreños a los que he amado.

Es normal que estando tan cerca de Madrid, una de las ciudades del mundo que nunca duerme, Valdemoro sea considerada una ciudad dormitorio. Los reyes de España, en su camino hacia Aranjuez para huir del verano de Madrid, hacían el viaje en dos días y ya dormían en la casa de la Marquesa de Villa Antonia, en la actual avenida de Andalucía. Pero Valdemoro ha estado siempre muy despierto a lo largo de la historia. Miguel de Cervantes se casó en Esquivias, a 23 kilómetros de aquí y es fácil que pasara por la villa como pasó San Juan de la Cruz o Miguel Hernández. En la iglesia de Valdemoro tenemos un Goya, obras de los hermanos Bayeu, unos frescos estupendos de Antonio de Van de Pere y una placa en uno de sus muros exteriores en la que se reconoce el trabajo de Diego de Pantoja, natural de Valdemoro, que elaboró el primer acercamiento a un diccionario y gramática chinos en el siglo XVI. En el siglo XX, es posible que el maestro Fernando García Morcillo, nacido en esta villa, se inspirara en algún momento de su infancia para escribir Mi vaca lechera, tolón, tolón, tolón, tolón.

El Valdemoro de comienzos del siglo XXI tiene, pues, un pasado del que sentirse orgulloso y mira hacia el futuro con una pluralidad y una multiculturalidad apasionantes. Valdemoro tiene más de 72.000 habitantes (sólo un hijo predilecto concedido en democracia – enhorabuena a David Santisteban – pero ojalá que pronto haya más). El tejido demográfico del Valdemoro de siempre, al que ya se le habían unido multitud de castellano-manchegos, andaluces y extremeños durante la postguerra, se ha visto enriquecido en los últimos años con la llegada de ciudadanos de todos los rincones del mundo. Conozco en Valdemoro a rumanos, polacos, ukranianos, italianos, suecos, ingleses, dominicanos, estadounidenses, ecuatorianos, colombianos, peruanos, cubanos, venezolanos, argentinos, uruguayos, chilenos, persas, turcos, marroquíes, argelinos, senegaleses, chinos, nepalíes y tibetanos. Conozco en Valdemoro a católicos, ortodoxos, cristianos de otras denominaciones, musulmanes, budistas y ateos. Todos demostrando una convivencia y un respeto democráticos.

Además de los restaurantes con comida tradicional española, tenemos un restaurante con estrella Michelín, podemos encontrar restaurantes italianos, americanos, chinos, restaurantes de fusión asiática, kebabs turcos, un restaurante indio, restaurantes de comida rápida y restaurantes de digestión lenta. El club de fútbol Atlético Valdemoro fue fundado en 1966 y ahora juega en el grupo 9 de Tercera División de Aficionados. Tenemos un corredor medalla de oro internacional en pruebas de fondo y medio fondo de atletismo. Un campeón mundial de peso medio de boxeo vivía por aquí hasta hace poco. Y un campeón mundial de patinaje sobre hielo entrena en las pistas de la localidad.

A mí me encanta caminar y Valdemoro todavía se puede caminar de un extremo a otro en un tiempo relativamente corto. Valdemoro tiene escuelas nuevas de todos los niveles, una escuela de música, una escuela de idiomas, una escuela de fútbol y una seguridad ciudadana envidiables. Valdemoro tiene más de trescientos y pico días de sol al año. Y durante casi todo el año, si cuando está a punto de caer el sol, tenemos unos minutos para mirar hacia el oeste en algún lugar de la villa en la que no se nos interponga un edificio alto, podemos disfrutar de unos atardeceres de los que salían en las películas de vaqueros de John Ford.