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Valdemoro en el cine. Adaptaciones literarias

Hasta donde llega nuestro conocimiento, Antonio Castillo es el único galardonado con una estatuilla de los Oscar que ha tenido una vivienda en Valdemoro. Su nombre completo fue Antonio Cánovas del Castillo de Rey. Antonio Castillo nació en Madrid en 1908. Pocos años antes, en 1893, su abuelo, Emilio Cánovas del Castillo, hermano del famoso político y escritor Antonio Cánovas del Castillo, había comprado una casa palacete, construida en el siglo xvi y ubicada en la calle Cristo de la Salud, número 11, de Valdemoro. Tenía una portada del Renacimiento purista, coronada toda por el escudo de Castilla.

Antonio Castillo pronto mostró una gran pasión por el mundo de la moda. En 1936 se estableció definitivamente en París para hacerse cargo de la Maison de couture rue de la Paix. En esos momentos, la Maison de couture rue de la Paix era una de las más prestigiosas casas de moda del mundo. Había sido fundada por Jeanne Paquin y su marido Isidore Paquin en 1890 y, en sus mejores momentos, habría tenido más de dos mil empleados. Isidore murió en 1907 y Jeanne Paquin tuvo que hacer frente sola a todos los retos del negocio. Pronto entendió que la mejor forma de promocionar su negocio era a través del mundo del espectáculo, con lo que la señora Paquin proporcionaba sus últimos modelos a las actrices de teatro y de cine más importantes del momento para que estas lucieran sus creaciones por todo el mundo.

Antonio Castillo tomó las riendas de la firma en 1936, tras la muerte de Jeanne Paquin. Eso le permitió establecer amistades y conexiones dentro del mundo del espectáculo. Colaboró, por ejemplo, con Jean Cocteau, en el diseño del vestuario de su largometraje La bella y la bestia (1946) y, unos años más tarde, en 1964, diseñó el vestuario de Ingrid Bergman para la película El Rolls-Royce amarillo. En 1959 fue nominado para un premio Tony en Broadway por su diseño de vestuario para el musical Ricitos de oro. Fue en 1972 cuando obtuvo un Premio Oscar en la categoría de mejor diseño de vestuario por la película Nicolás y Alejandra, dirigida por Franklin J. Schaffner en 1971. Ganó el Oscar conjuntamente con la diseñadora recién fallecida  Yvonne Blake (1940- 2018).

Antonio Castillo residió gran parte de su vida en París. Sin embargo, no olvidó Valdemoro, la población que habría visitado desde que era un niño. Cuando venía a España, pasaba algunas temporadas en la vivienda señorial de Valdemoro que había heredado de su abuelo. En 1972, Antonio Castillo ganó su estatuilla de los Oscar y decidió dar más uso a su casa de Valdemoro. Los señoriales interiores de «la casa de Cánovas» fueron utilizados como el escenario de tres películas estrenadas ese mismo año: Marianela, La duda y La cera virgen. Ya en 1963, la casa había servido para las escenas de interior de la película El escándalo. Sin embargo, es en 1972 cuando el uso de la casa para el cine adquirió mayores dimensiones. Tal vez, era un último esfuerzo de Antonio Castillo por conservar el edificio a la vez que le encontraba cierta rentabilidad. Tal vez, Antonio Castillo quería asegurarse de que el palacete conseguía su inmortalidad a través del cine. El caso es que, un año más tarde, en 1973, Antonio Castillo vendió la propiedad familiar de los Cánovas en Valdemoro. Ocho años más tarde, poco antes del 10 de febrero de 1981, a pesar de estar incluida en el Inventario artístico de la provincia de Madrid, la casa palacete del siglo xvi fue derribada para dar paso a un bloque de pisos más moderno.

Marianela

Si alguien se siente tentado a visionar las películas producidas en 1972, les recomiendo que dejen Marianela (dirigida por Angelino Fons) para el final. En el escenario internacional, 1972 fue el año en el que se filmaron películas como El padrino (dirigida por Francis Ford Coppola), Cabaret (Bob Fosse), El discreto encanto de la burguesía (Luis Buñuel), Frenesí (Alfred Hitchcock), Garganta profunda (Gerard Damiano), La aventura del Poseidón (Ronald Neame), La Huella (Joseph L. Mankiewicz), Los cuentos de Canterbury (Pier Paolo Pasolini), Todo lo que quiso saber sobre el sexo pero nunca se atrevió a preguntar (Woody Allen), ¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? (Billy Wilder) o, una de mis favoritas, la magnífica Defensa (John Boorman). Si lo que queremos es ver una película filmada en España en 1972, que me perdonen todos aquellos que tuvieron que ver con la producción de Marianela, recomendaré otra de mis favoritas, La cabina, dirigida por Antonio Mercero.

Marianela está basada en la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Los exteriores fueron filmados en Covadonga y en Potes; la mayoría de los interiores en «la casa de Cánovas» en Valdemoro. El director, Angelino Fons, ya había adaptado al cine otra novela del escritor canario, Fortunata y Jacinta, dos años antes. El hecho es que Marianela ya había llamado la atención de otros artistas: en 1916, fue adaptada al teatro por los hermanos Álvarez Quintero y en 1940 y en 1955 había sido convertida en película antes de que Rocío Dúrcal decidiera interpretar al personaje de Marianela en 1972, bajo la dirección de Fons. En México, ha sido adaptada para la pequeña pantalla, en forma de telenovela, en tres ocasiones. Y, para aquellos que pudieran pensar que es una historia con pocos atractivos para los habitantes del siglo xxi, en 2013, Rayco Pulido la adaptó al cómic bajo el título de Nela.

La duda

No es tan fácil definir, como podría parecer a primera vista, la relación que mantienen la literatura y el cine. Más allá del tópico «el libro es mejor que la película», son muchos los que piensan que lo del cine y la literatura fue amor a primera vista; hay quienes van más lejos y hablan de un amor pasional, ardiente, entre ambos; algunos mantienen que, tristemente, la literatura se prostituye en el cine. Lo cierto es que un guion cinematográfico no deja de ser un género literario como lo es una pieza teatral, con sus características propias, pero nada alejado de las convenciones aristotélicas de la narración. La puesta en escena, las cámaras, las luces, todo eso ya es otra historia. Hay veintiséis películas documentadas que eligieron los paisajes urbanos y naturales de Valdemoro como lugar de rodaje. Algunas fueron grandes producciones internacionales. Otras, pequeños proyectos independientes. Muchas, hasta diez producciones cinematográficas filmadas en Valdemoro, estaban basadas en obras literarias.

La primera película filmada en Valdemoro de la que tenemos constancia fue nada menos que una adaptación de la obra de Manuel de Falla El amor brujo (1949); en 1957, Stanley Kramer rodó Orgullo y pasión, basada en la novela The Gun, del escritor británico Cecil Scott Forester; en 1958, Manuel Mur Oti dirigió una comedia hispano-cubana titulada Una chica de Chicago, basada en un cuento de Noel Clarasó; en 1959, Ignacio F. Iquino filmó escenas de una coproducción hispano-mexicana titulada El niño de las monjas, adaptación cinematográfica de la novela homónima de Juan López Núñez; en 1963, Javier Setó adaptó al cine El escándalo. Valdemoro parecía el lugar propicio, pues la historia estaba basada en el libro homónimo de Pedro Antonio de Alarcón, autor que había vivido en la localidad a finales del siglo xix; en 1967, el polaco Alexander Ramati dirigió Más allá de las montañas, adaptación cinematográfica de una de sus novelas; y en 1968, Orson Welles filmó partes de Una historia inmortal, basada en la novela de la escritora danesa Karen Blixen.

En 1998, José Luis Garci dirigió El abuelo, una adaptación cinematográfica de la novela homónima de Benito Pérez Galdós. Acumuló trece candidaturas a los premios Goya y fue nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Aunque, al final, solo ganó un Goya su protagonista, Fernando Fernán Gómez, no cabe duda de que la película tuvo un gran éxito. Esta era la cuarta adaptación al cine de la misma novela de Galdós. La anterior, de 1972, fue dirigida por Rafael Gil y protagonizada por otro Fernando, el gran Fernando Rey, y fue estrenada con el título de La duda. La versión de Garci era muy poderosa, pero la de Rafael Gil poco le tenía que envidiar. Y fue filmada, en gran parte, casi todos los interiores, en la misma casa palacete de Valdemoro que en 1972 todavía pertenecía a Antonio Castillo.

La cera virgen

El 24 de abril de 1972 se emitió el primer programa del concurso televisivo Un, dos, tres… responda otra vez, la creación artística con más éxito de Chicho Ibáñez Serrador. El programa aglutinaba diversos ingredientes que intentaban agradar a todos, combinando cierta modernidad con los elementos más rancios de la tradición española. Aunque estaba orientado a toda la familia, Un, dos, tres… responda otra vez tenía grandes influencias de la revista española, que vivía entonces uno de sus mejores momentos: durante todo el programa, los espectadores se hinchaban de ver muslos y escotes femeninos y escuchaban chistes picantes que pasaban inadvertidos para muchos de los niños, pero que levantaban la sonrisa pícara de la mayoría de los adultos. Comenzaba la transición española.

La tercera película que se filmó en Valdemoro en 1972, usando los interiores de la casa de Antonio Castillo, no era una adaptación literaria. La cera virgen, dirigida por José María Forqué, es una comedia musical protagonizada por un maravilloso José Luis López Vázquez que representa la hipocresía mojigata de una sociedad española en busca de la modernidad. El sexo es el indiscutible protagonista de la película. La película hace acopio de todos los fetichismos sexuales que pueden encontrarse catalogados hoy en las páginas web que muchos intentan borrar de su historial de visitas.

Curiosamente, los números musicales que aparecen en La cera virgen podrían haber aparecido en alguno de los programas de Un, dos, tres… responda otra vez. No en vano, el compositor musical de las canciones de La cera virgen fue el argentino Adolfo Waitzman, que compuso la famosa sintonía del concurso Un, dos, tres… responda otra vez. Como hemos dicho, la película no es una adaptación literaria, pero las letras de las canciones fueron escritas por Antonio Gala y el guion por, nada más y nada menos, Rafael Azcona, en compañía del mismo Forqué y de Florentino Soria.

Tras el visionado de la película, hay dos escenas que tardan en desaparecer de la cabeza. La primera es el número musical con el que comienza el largometraje. Todos los bailarines masculinos van vestidos como los protagonistas de La naranja mecánica, la película que impactó al mundo el año anterior, en 1971. La otra escena que perdura en la mente del espectador es nocturna. José Luis López Vázquez, un voyeur sin solución, observa con sus pequeños prismáticos cómo la protagonista se descalza en su habitación mientras se come una raja de melón. Tras comérsela a mordiscos, la protagonista la lanza al corral y José Luis López Vázquez entra furtivamente para llevársela consigo. Supongo que esta imagen mejora cuando sabemos que la protagonista es una excelente Carmen Sevilla.

La película, prescindible, está repleta de grandes actores secundarios de la época. Debemos mencionar dos participaciones, tal vez anecdóticas, más. El estupendo cartel de la película corrió a cargo de Mingote y el ayudante de cámara fue el actual presidente del Atlético de Madrid, Enrique Cerezo.

La Lola se va a los puertos

Veinte años después, en 1993, Josefina Molina vino a Valdemoro para rodar La Lola se va a los puertos, una adaptación cinematográfica de una obra de teatro de 1929 escrita por Antonio y Manuel Machado. Rocío Jurado, Francisco Rabal y José Sancho protagonizaban la cinta, que está repleta de tonadillas intercaladas con buenos diálogos sacados del texto original. La mayor parte de los exteriores se filmaron en Andalucía, especialmente en Jerez de la Frontera. Sin embargo, la directora eligió otra vivienda valdemoreña para algunos de los interiores del largometraje. En este caso, se trata de la vivienda de la marquesa de Villa Antonia, en la avenida de Andalucía, que goza de un patio hermosísimo con referencias a la arquitectura nazarí. Sería una pena que este edificio, como el de los Cánovas, fuera también derruido.

Entrevistas · Valdemoro en el cine

Entrevista con Alberto Ovejero

Tenemos que escuchar más. Escuchar de verdad. Aguzar los oídos e intentar percibir sonidos que, con las prisas, desdeñamos, reprimimos, discriminamos. Solo así podremos disfrutar de sensaciones acústicas nuevas. Solo así podremos comprender el verdadero sentido de las palabras que emiten las personas que nos están hablando. Solo así podremos entender con mayor precisión el mundo que nos rodea.

Alberto Ovejero comenzó a cerrar los ojos en la intimidad de su casa. Cerraba los ojos y se concentraba en cada uno de los sonidos que acudían a sus oídos. Luego aprendió a llevar a cabo la misma tarea sin cerrar los ojos. Para no llamar la atención. Se sienta en el cercanías y se pone a escuchar los ruidos que le rodean. Camina por Estrella de Elola e intenta distinguir y localizar frenazos, resbalones, susurros, gritos, besos, charcos, silbidos, palmadas en los hombros… Alberto Ovejero intenta recordarlos bien porque su trabajo consiste luego en recrear ambientes audiovisuales a través del sonido.

Alberto nació y creció en la zona de Estrecho, en Madrid, y recuerda sonidos característicos de su barrio de la infancia. En el año 2000 se fue a vivir a Barcelona y estoy seguro de que recuerda con precisión algunos de los ruidos y melodías de la Ciudad Condal. Tres años más tarde volvió a la Comunidad de Madrid y la banda sonora de su barrio había cambiado demasiado. Sus padres y su hermano vivían ya en Valdemoro. Venía a visitarlos con frecuencia, conoció nuestra villa, le encantó su sonido ambiente, y Begoña, su mujer, Rodrigo, su hijo, y Alberto decidieron venirse a vivir en el año 2006.

Lleva treinta años trabajando en el campo del sonido para el cine, pero apenas cinco formando parte de equipos creativos dentro de las producciones cinematográficas españolas. Durante estos últimos cinco años, ha sido nominado para los Premios Sur otorgados por la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina en el apartado de sonido por Betibú (2014); también fue nominado, dentro de la misma categoría, para los premios Goya por El autor (2017) y este mismo año fue uno de los nominados por la película Yuli (2018).

¿Cómo acabas trabajando como técnico de sonido para el cine?

Francamente, de casualidad. A los diecisiete años, le dije a mi padre que no quería seguir estudiando. Que quería trabajar de lo que fuera. Nunca se me dieron bien los estudios. Y mi padre decidió que, si no iba a aprovechar el tiempo, que lo mejor sería que me pusiera a currar. Primero comencé en un tallercito pequeño aprendiendo a reparar aparatos electrónicos. Luego me fui a la mili y, cuando volví, había perdido el puesto. Hice una entrevista para un estudio de sonido, Sincronía, en la calle San Enrique. Me contrataron. Comencé de proyeccionista, aprendiendo, desde el escalafón más bajo en el que podías empezar. Y, en cuanto descubrí el mundo del sonido, todo cambió. Decidí que quería aprender sobre el sonido. Vi que era a lo que yo quería dedicarme. Me encantaba destripar el sonido y trabajar sobre él. Me atraían las posibilidades creativas que me ofrecía. Estudié sonido durante dos años en la Escuela CES, en Madrid. También es verdad que tuve suerte. Cuando comencé a estudiar y ya estaba trabajando, un compañero decidió marcharse de la empresa y el equipo de mezcladores se quedó cojo. A pesar de mi juventud, vieron en mí tanto interés que me propusieron reemplazarlo. No fue fácil. Yo tenía solo 24 años y había gente muy veterana. No me arrugué, acepté el puesto y salí adelante. Creo que todas las ganas que yo tenía de trabajar en sonido me ayudaron para que se me diera bien. Metí muchas horas. Creo que también decidió mi carácter. En sonido, tenemos que pasar muchas horas junto al cliente metidos en la cabina. También vieron que sabía manejar bien esas relaciones. Hay días que puedes pasar catorce horas trabajando hombro con hombro con una persona y el aguante y la mano izquierda son fundamentales. La película es de un señor, el director, y es su niño pequeño e intenta mimarlo. Y tú tienes que orientar al director cuando intuyes que algo no funciona del todo. Pero, siempre, como digo, con mucha mano izquierda.

Entiendo que tuviste un mentor que te ayudó cuando comenzaste.

Como he dicho, los comienzos no fueron fáciles, pero un compañero, Alberto Herena, me ayudó desde el primer momento. Fue mi maestro. Él me fue guiando. Me ayudó, me orientó y me enseñó. Recuerdo que, al principio, había técnicos de mezclas que, cuando se ponían a ecualizar, te tapaban la mesa de mezclas con el cuerpo para que no les pudieras copiar el efecto que estaban creando. Un técnico de sonido sabe que su ayudante va a ser su competencia dentro de dos años. Conmigo, Alberto Herena hacía lo contrario. Me pedía que me fijara bien en lo que se disponía a hacer. Quería que aprendiera bien mi oficio. También tuve la suerte de conocer a Pelayo Gutiérrez (tres Goyas y un montón de nominaciones en la categoría de sonido), que confió en mí para trabajar en Tarde para la ira (2016), un punto de inflexión en mi carrera.

Al principio, te dedicaste al doblaje de películas extranjeras.

Puede que las mezclas que debemos llevar a cabo en un trabajo de doblaje no requieran un esfuerzo de creatividad tan alto como cuando formas parte del equipo de una producción original, pero me gusta mucho el doblaje porque te permite aprender un montón. He dedicado gran parte de mi carrera profesional al doblaje de películas extranjeras. Tienes que respetar todos los sonidos originales y luego meter las voces en español. Tienes que tratar las voces de doblaje dependiendo de dónde estén, imitando el tratamiento que recibieron las voces en versión original. Es un trabajo muy minucioso que no se valora. Recientemente, trabajé en el doblaje de dos musicales, Bohemian Rhapsody y Ha nacido una estrella. Son películas en las que el actor está hablando y puede comenzar a cantar dentro de su discurso. Cuando entra la voz del protagonista en original debemos intentar que sea lo más parecida a la que tú tienes en español y que la transición se perciba lo menos posible. Debe haber una continuidad.

¿Recuerdas alguna película cuyo doblaje te exigiera un mayor esfuerzo?

Me acuerdo de una película, Días extraños (1995), cuyo doblaje tuvimos que hacer entre dos técnicos por todas las dificultades que entrañaba. Pero lo disfrutamos un montón… Es una película que se filmó mayoritariamente cámara en mano. Eso implica el que los sonidos y los ruidos vienen de distintos lados y van cambiando constantemente.  E integrar el sonido directo con el del doblaje fue muy complicado. El trabajo de los dobladores entraña, también, muchas sutilezas. El mismo Antonio Banderas se dio cuenta cuando comenzó su carrera en Hollywood. Él mismo se dobló en la película de Fernando Trueba Two Much (1995). En el mismo año, protagonizó el thriller Nunca hables con extraños (1995) con Rebecca De Mornay. En esta película, le dobló al español otro actor. Antonio Banderas escuchó ambos doblajes y le gustó más el segundo. Entendió que había gente especializada que podía hacer mejor ese trabajo. Hay muchas ocasiones en las que los actores deben venir al estudio a volver a grabar un diálogo que no se captó bien cuando se filmaba la película. Creo que sería buena idea que los actores aprendieran a doblarse a sí mismos en estas situaciones.

¿Podrías mencionar alguna película extranjera en la que te haya gustado cómo estaba mezclado el sonido?

Hay muchas. El padrino, un clásico, es buena en todos los sentidos, hasta en el apartado que a mí me compete. Un trabajo más reciente, Alita: Ángel de combate (2019), como película no me pareció tan buena, pero en el apartado de sonido, yo me ocupé del doblaje al español de la película y me pareció fantástica. Tiene una gran cantidad de ambientaciones y de efectos sonoros muy logrados. 

¿En qué consiste exactamente tu trabajo en una producción española?

Primero está el montaje de todos los audios. El montaje y preparación de los audios puede llevar unas ocho semanas. Al estudio nos llega todo el material de sonido del rodaje: el sonido directo, las grabaciones del sonido ambiente, los pájaros, los coches… Recibimos todo el sonido y hay que abrirlo. Se hace un montaje previo de la película y nosotros debemos montar los diálogos sobre ese primer montaje. Después de los diálogos, debemos preparar todos los sonidos que se nos puedan ocurrir. Todo ese previo lo hacemos nosotros. Luego aparece el director y te explica qué tipo de película tiene en mente. Te dice cómo la quiere. Pueden querer una película muy suavecita, con todo muy bajito, sin estruendos. Hay gente que quiere todo lo contrario. Volúmenes altos. Cuando ya está todo montado, entramos a mezclar. Esta parte del trabajo nos lleva entre dos y tres semanas. Del sonido directo nos valen ciertas cosas, los diálogos hay que sacarlos como sea. Si no es posible, como he dicho antes, se hacen grabaciones en estudio. Cuando el director se mete conmigo en el estudio, yo voy trabajando en la mezcla y él me va diciendo si le gusta la sintonía entre lo que ve y lo que oye. Y me va dando indicaciones.

¿Es el mismo proceso para las series de televisión?

El trabajo es similar, pero la tele es otro mundo. Los presupuestos son más pequeños. Te obligan a recortar tiempos. Si te obligan a recortar tiempos, te ves obligado a recortar en creatividad, en medios técnicos. A veces, faltan pajaritos de fondo. Otras veces, no se oyen los pasos cuando una persona camina. Muchas veces, echo de menos los sonidos que tienen las habitaciones. Últimamente, he estado trabajando en la segunda temporada de La peste. Para seis capítulos, hemos estado trabajando en el sonido durante tres meses.

¿Trabajas tú solo?

En muchas ocasiones tengo un ayudante al lado. Son muchas cosas las que hay que hacer a la vez y viene bien un ayudante. También es verdad que ahora el sistema ha cambiado bastante. Antes, digamos, teníamos que mezclar en directo. Ibas trabajando e ibas grabando a la vez y el producto se convertía en la versión final. Ahora te puedes permitir el lujo de pausar, echar para atrás, repetir, escuchar todo lo que has hecho hasta ese momento… En la actualidad, trabajo con una ayudante, Valeria Arcieri, que tiene delante un futuro profesional tremendo.

Has vivido el paso de lo analógico a lo digital. ¿Cómo ha cambiado tu trabajo con esta transición?

Del mundo analógico puedes echar de menos la calidez del sonido. Puedes conseguir esa calidez, pero debes trabajar mucho más para conseguirla. Pasa algo similar a lo que pasa con el color analógico. Hay gente que echa de menos la textura que se conseguía con el granulado. Por eso, Tarde para la ira está rodada con toda intención en súper 16 y ves el grano. Luego la digitalizaron. Con la tecnología digital, tenemos más realismo. Ahora tienes más recursos. Con una sola máquina y diferentes pluggins, consigues lo que quieres. Es más fácil, sobre todo porque puedes equivocarte y no pasa nada. Echas para atrás y corriges. Antes, como grababas sobre la marcha, si la primera vez te quedaba bien, no te molestabas en intentar que te quedara mejor. Ahora sí. Vamos un poquito más allá. A ver hasta dónde llegamos. Ahora nos exigimos y nos exigen mucho más. Ahora se puede hacer cualquier cosa con el sonido. Te llevará más o menos tiempo, pero puede conseguirse.

Háblanos de las películas en las que has podido desarrollar tu capacidad creativa al máximo.

Una de ellas es Tarde para la ira. Creo que conseguimos grandes cosas en esa película. Consiguió muchos premios importantes, incluidos los Goya a mejor director novel, mejor guion original y mejor película. Me alegré mucho por Beatriz Bodegas porque es una productora muy pequeña y llegó a hipotecar su casa por producir la película. El trabajo de sonido que hicimos fue muy interesante porque hay muchos sonidos que no tienen que ver con la película, pero que encajaron perfectamente cuando los incluimos. Hay también muchos momentos en que con sonidos muy normales conseguimos crear mucha tensión. Conseguimos narrar lo que estaba sucediendo sin que el sonido tuviera que ver con lo que estábamos viendo. Otra película con la que disfruté mucho fue El autor, de Manuel Martín Cuenca. Es la primera película por la que estuve nominado a los Goya. Es una película que merece la pena verse. Es la historia de un escritor frustrado, interpretado por Javier Gutiérrez, que intenta sacar ideas de lo que les pasa a sus vecinos. Así que se dedica a escuchar a través de su patio de vecinos. Ese patio no lo llegamos a ver en la película, pero sí fue recreado acústicamente. La recreación de ese patio fue un trabajo muy divertido y muy gratificante. La tercera película en la que tuve que emplearme a fondo, creativamente hablando, fue El último traje, una película argentina que no hizo mucho ruido, pero que a mí me gustó mucho. El protagonista es un polaco emigrado a Argentina y que, llegado a cierta edad, decide volver a Polonia para reencontrarse con su mejor amigo de juventud. Pudimos darle a la película un montón de sonidos que ayudaron a embellecer la historia. Eran sonidos muy cotidianos, pero intentamos transmitir miles de cosas a través de ellos.

A parte de la personalidad que intentas imprimir en tus trabajos, ¿incluyes algún guiño sonoro en las películas?

Hago mías todas las películas en las que trabajo. Todas forman parte de mí. Dejó mucho de mí, también. Es verdad que, para este trabajo, hace falta tener buen oído, pero también es verdad que el oído se educa. De tanto escuchar te vas dando cuenta de lo que es agradable, de lo que provoca una sensación u otra. Trabajar con el sonido es como pintar un cuadro. Tienes ahí los elementos y debes combinarlos. Cada técnico tiene su estilo y su gusto. Creo que a todos nos define nuestra profesionalidad y nuestro querer hacer las cosas bien. Sí que es verdad que, a veces, nos metemos literalmente en la película que estamos trabajando. Conozco a un técnico que intenta meter un sonido de ballena en muchas de las películas en las que trabaja. Busca el momento y el volumen adecuado para camuflar ese sonido entre todos los demás y siempre queda bien. En mi caso, a veces casualmente otras no, en casi todas las películas he metido mi voz. Normalmente, poniendo la voz a un figurante que pasa delante de la cámara y conviene que diga algo, aunque sea sencillo.

¿Has quedado insatisfecho con alguno de tus trabajos?

Estuve trabajando muy duro en una serie y, como es habitual, tenía curiosidad de ver el resultado en televisión. Aquel día, trabajé hasta las dos de la mañana. Volví a casa y sabía que la habían emitido. Me puse a verla y me llevé un chasco grandísimo. Primero, pensé que podía haber sido culpa mía. Podía ser que yo tuviera la sala desajustada. Pronto descarté esa posibilidad. Creo que se debió a la compresión de archivos a la hora de emitir la serie. Puede que, para emitirla, hayan comprimido excesivamente los datos de imagen y sonido y el resultado fue terrible. Acabó teniendo una pobre definición de imagen y sonido. En el caso del sonido, parecía como antiguo. No había sido mi trabajo porque jamás he trabajado así, no me gusta ese tipo de sonido y jamás lo haría así. Pero me llevé una gran decepción.

¿Cuáles son tus próximos proyectos? ¿En qué te gustaría trabajar?

He trabajado dieciocho años en la misma empresa. Hace tres meses, decidí cambiar de aires. Necesitaba nuevos proyectos. Necesitaba sentirme vivo. Me apasiona mi trabajo. No sé hacer otra cosa. Es pura vocación, porque, de lo contrario, no valdrías para este oficio. Inviertes mucho tiempo en cada proyecto. Trabajas a ochenta y cinco decibelios todo el día. Yo no uso los cascos. Trabajo con altavoz. Estar mucho tiempo bajo esa presión sonora es agotador. Ahora trabajo para Mediapro. Me pidieron arrancar un proyecto muy interesante y el cambio ha sido bestial. A tope. Mediapro acaba de crear Mediapro Studio para producir series, películas y demás. Y nosotros somos parte del grupo. Como la mayor parte de mi carrera me he dedicado al doblaje, llevo poco tiempo trabajando con el cine español de forma continuada. Me encantaría colaborar en una producción de terror. O algo tipo Matrix (1999). Las posibilidades son tantas. Porque, en esa clase de películas, todo es mentira. Todo es fruto de la imaginación. También me gustaría hacer algo similar a los efectos conseguidos en la película 300 (2006). En esa película, me encantaba como hacían pausas de sonido cuando iniciaban una cámara lenta y la terminaban con estruendos ocasionados por los golpes de la batalla. Las nuevas tecnologías nos van a aportar grandes avances sonoros tanto para las salas de cine, con el sonido envolvente (Dolby Atmos), como para la visualización de películas y series en nuestra propia casa (Atmos Home). Trabajar con todos esos avances me permite tener las mismas ganas de trabajar con el sonido que cuando empecé a los veinticuatro años.

Para la entrega de los Óscar 2019, los organizadores propusieron que algunas categorías, como la del sonido, fueran entregadas durante los anuncios.

Me pareció patético. Es un menosprecio total. El mundo del cine somos muchísima gente. Hay más gente detrás de la cámara que delante. El futuro del cine depende de todos los que colaboramos en él. El director y los actores son importantes. Los guionistas son importantes. Pero una obra maestra es el fruto del trabajo y de la ilusión de cientos de personas. Algunas aparecen en los créditos. Otras no. Creo que los niños deberían estudiar cultura audiovisual en las escuelas. Les ayudaría a entender mejor el mundo en el que vivimos. Comprenderían también que trabajar en el cine está al alcance de cualquiera. Que no es solamente para privilegiados. Hoy en día, la industria del cine necesita de gran cantidad de técnicos de sonido, de imagen, cámaras, decoración, maquillaje…

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Alberto Ovejero quiere terminar de convencerme de la importancia del sonido en el cine. Me pone el ejemplo de una cabeza chocando contra una valla. Obviamente el golpe no es real. La cabeza no llega a golpear la valla o la golpea suavemente. Si no pones sonido, te das cuenta enseguida de que la cabeza no llega a golpearse con la valla. En el momento en el que pones el ruido del choque, aunque la cabeza no llegue a tocar la valla, te da la sensación de que el golpe ha sido descomunal. Algunas personas, llegadas a cierta edad, afirman vehementemente que ya lo han visto todo. Es posible. Lo que está claro es que, por muchas cosas que hayamos visto, todavía nos quedan muchas más por escuchar.

Valdemoro en el cine

Valdemoro en el cine – Cine independiente

Valdemoro ha sido escenario de cerca de treinta largometrajes. Pudimos ver la plaza de la Constitución, llena de extras valdemoreños, en Orgullo y pasión (1957), mientras Sophia Loren bailaba flamenco bajo los atentos ojos de Frank Sinatra y Cary Grant; pudimos ver Valdemoro convertido en un pueblo uzbeko de la antigua Unión Soviética en una producción internacional, Más allá de las montañas (1967), una película dirigida por el polaco Alexander Ramati, autor también de la novela homónima; y pudimos ver el Salón de Sesiones del antiguo consistorio de Valdemoro en algunas de las escenas más importantes de la película española El turismo es un gran invento (1968), dirigida por Pedro Lazaga y protagonizada por Paco Martínez Sonia y José Luis López Vázquez.

Pero en Valdemoro han puesto los ojos, también, producciones cinematográficas y cineastas de carácter más alternativo e independiente. En nuestra localidad se filmó una película con guion de Jesús Franco, el cineasta independiente por antonomasia en España; vino a filmar a Valdemoro nada menos que Orson Welles, el enfant terrible (y luego más talludito y no tan enfant) de Hollywood; y, en el año 2000, nos visitó Karra Elejalde, actor de algunas de las producciones españolas más gamberras de los últimos veinte años, para dirigir su primer largometraje, Año Mariano.

La venganza del Zorro

Alrededor de la década de 1960, cuando las grandes productoras de Hollywood aún no se habían hecho con el control mundial de la distribución y de los derechos de proyección, los cineastas independientes podían estrenar en los centros de las mejores ciudades y competir con las grandes superproducciones de Hollywood. Para poder seguir su funcionamiento, los cines de barrio, por ejemplo, elegían entre grandes películas que se habían estrenado hacía meses (a veces, hasta años) o entre pequeñas producciones independientes con títulos rimbombantes que recordaban a grandes éxitos del pasado con los que atraían a los espectadores necesarios para poder sufragar la siguiente producción.

No tenemos que irnos tan lejos en el tiempo. En ciudades como Madrid o Zaragoza, hace veinte años, había una oferta cinematográfica un treinta por ciento más alta que en la actualidad. Es decir, puede que hubiera menos pantallas de cine disponibles que hoy en día, pero el espectador podía elegir entre muchas más películas. En la actualidad, los cines ofrecen más pantallas, pero, al repetirse las mismas películas en todas las multisalas, la oferta cinematográfica es menor. Una producción cinematográfica independiente o una película de bajo presupuesto tienen muy pocas posibilidades de ser proyectadas en los cines convencionales y, con suerte, sus opciones pasan por las filmotecas o los festivales de cine.

En muchos sentidos, es una pena. Porque, a pesar de algunos problemas de factura debido a su bajo presupuesto, cuando uno ve La venganza del zorro (1962), la película dirigida por Joaquín L. Romero Marchent que arranca en la plaza de la Constitución de Valdemoro (esta vez convertida en el centro de una población de California), se da cuenta de que puede competir, sin rubor, con muchas grandes superproducciones de Hollywood. La cinta contiene unas cuantas persecuciones a caballo, el número de disparos necesarios, las piruetas y la agilidad de un Zorro que trepa por los árboles y los edificios y el duelo a espada reglamentario con el malo en la última escena de la película. Todo ello salpicado con sabrosos diálogos escritos por un Jesús Franco en buena forma.

Para aquellos que no conozcan el nombre de Jesús Franco, aquí va mi pequeño homenaje a este cineasta independiente español. Estamos hablando del director de más de doscientas películas y del escritor de otros tantos guiones. Franco se formó como ayudante de dirección de Juan Antonio Bardem, Luis García Berlanga o del propio Joaquín L. Romero Marchent, director de La venganza del Zorro. Gracias a su experiencia y su conocimiento del inglés, trabajó con Orson Welles en Campanadas a medianoche. Los géneros favoritos de Jesús Franco eran el cine fantástico, la ciencia ficción y el cine de terror. Trabajaron en sus películas actores de la altura de Christopher Lee o Klaus Kinski. En 2009, recibió un Goya honorífico por toda su trayectoria profesional en el cine, como director, guionista, productor y compositor musical.

Jesús Franco no llegó a filmar oficialmente en Valdemoro como director. Sin embargo, llegó a tener una relación muy especial con un valdemoreño de nacimiento, Fernando García Morcillo. La carrera musical de García Morcillo fue larga. Nació en 1916. Miembro de una familia de músicos, fue director de la casa de discos RCA y dirigió numerosos programas musicales en directo para Radio Nacional de España y Radio Madrid. Fernando García Morcillo fue el compositor de numerosos temas del cancionero español contemporáneo, entre los que destacan La tuna compostelana y Mi vaca lechera. Sus canciones fueron interpretadas por María Dolores Pradera, Sara Montiel, Frank Sinatra y Carmen Sevilla (estos dos últimos habían estado en Valdemoro durante la filmación de Orgullo y pasión, pues Sinatra era uno de los protagonistas de la cinta y la tonadillera había ayudado a Sophia Loren a preparar la escena que tiene lugar en la plaza de la Constitución). En la década de 1940, el maestro Morcillo se dedicó a hacer música para la comedia musical y la revista. A partir de la década de 1950, comenzó a componer para el cine. Sus colaboraciones con Jesús Franco empezaron con la película El secreto del Dr. Orloff (1964) y Morcillo puso la banda sonora de, al menos, tres películas más de Franco. Su relación con el cine independiente no se limitó a la música que compuso para Jesús Franco. También trabajó en numerosas ocasiones con el director madrileño Paul Naschy (nombre artístico de Jacinto Molina Álvarez), más conocido por ser uno de los actores más elogiados internacionalmente por su interpretación del hombre lobo. Fernando García Morcillo fue también el compositor de la música de la mayoría de las películas del director José María Elorrieta. Casualmente, dos de ellas fueron filmadas parcialmente en Valdemoro: El milagro del sacristán (1954) y Torero por alegrías (1957).

En La venganza del zorro, de Joaquín L. Romero Marchent, la plaza de la Constitución de Valdemoro se reconoce fácilmente y se utiliza en varias ocasiones como espacio multiusos de la película. También cobra gran protagonismo la ermita del Cristo de la Salud (tanto por fuera como por dentro), pues es el lugar donde tiene lugar el asesinato que dispara toda la intriga de la película.

Una historia inmortal

Jesús Franco llegó a decir que no le gustaba ninguna de sus películas. Que a él le habría gustado dirigir Ciudadano Kane, la obra maestra de Orson Welles. Tuvo la suerte de trabajar con Welles en Campanadas a medianoche, filmada en España en 1965. Curiosamente, tres años más tarde, Orson Welles vino a Valdemoro para rodar el telefilm Una historia inmortal.

¿Qué se puede decir de un artista como Orson Welles? Con veintitrés años, aterrorizó Estados Unidos con una dramatización radiofónica de La guerra de los mundos, el famoso libro de H. G. Wells; con veinticinco años, dirigió su primera película y muchos críticos y cinéfilos siguen considerándola uno de los mejores largometrajes de la historia del cine. Estamos hablando de Ciudadano Kane, que ganó el Óscar al mejor guion original y tuvo nominaciones a mejor película y mejor director.

Una historia inmortal fue concebida como una película para la televisión francesa, pero acabó estrenada en el cine. Estuvo filmada en varios lugares de España, incluidos Chinchón y Valdemoro. En este caso, la plaza de la Constitución de Valdemoro formaría parte del entramado urbano de una imaginaria Macao, la colonia portuguesa en China. Efectivamente, podemos ver carteles en chino por todas partes (aquellos que saben leer chino criticaron el hecho de que algunos de esos carteles estaban boca abajo). Orson Welles, uno de los cuatro protagonistas de la película, entra en la plaza conducido en una calesa tirada por caballos y puede distinguirse claramente. Orson Welles estuvo en Valdemoro. Coprotagoniza la cinta del director norteamericano Jeanne Moreau, la actriz francesa que falleció recientemente (31 de julio de 2017).

La película es una adaptación exquisita de una novela deliciosa, obra de la escritora danesa Karen Blixen. Tal vez Una historia inmortal no sea su libro más famoso, pero algunas otras de sus novelas han sido llevadas al cine y son ampliamente conocidas: Memorias de África y El festín de Babette.

La adaptación cinematográfica es muy teatral y podría haberse llevado a cabo con tan solo los cuatro protagonistas europeos. Cuando el espectador piensa que Orson Welles quiso ahorrarse en extras o que, sencillamente, en aquellos años, no pudo encontrar actores chinos en España, el director nos sorprende con dos o tres escenas en las que los extras asiáticos enriquecen la cinta extraordinariamente, gracias, también, a una fotografía impecable.

Año Mariano

Gran parte de Año Mariano, la película dirigida por Karra Elejalde y Fernando Guillén Cuervo en el año 2000, fue filmada en los cerros del Espartal (en la finca El Espartal, según aparece en los créditos). Utilizaron un buen número de extras, que llegaron de varias poblaciones. En los créditos finales, aparecen agradecimientos a los excelentísimos Ayuntamientos de Madrid, Almería, Níjar, Valdemoro, Ciempozuelos y Titulcia (aunque es «todo el pueblo de CIEMPOZUELOS POR SU CARIÑO Y COLABORACIÓN» el que se lleva los agradecimientos especiales de la película). 

Año Mariano es una película sinvergüenza. Es una película marginal repleta de personajes marginales. Y sus orígenes son también marginales. Todo comenzó cuando Juanma Bajo Ulloa hipotecó su piso para producir su primera película, Alas de mariposa en 1991. Parecía una historia de cineasta independiente americano. Una película producida con muy poco dinero que consigue el premio del Festival de Cine de San Sebastián. Con los ingresos de esta película, Juanma Bajo Ulloa pudo producir su segunda película, La madre muerta (1993). Algunos de los adjetivos que se podrían usar para ambas películas son preciosismo, detallismo y barroquismo. Ninguna de las dos películas estaba dirigida al gran público. Ninguna de las dos podía clasificarse como comercial.

En Alas de mariposa, uno de los personajes terciarios estaba interpretado por Karra Elejalde. En La madre muerta, Elejalde pasó a ser el protagonista. Estoy seguro de que la relación personal que fue forjándose durante esos dos años entre Ulloa y Elejalde fue fundamental para que el director decidiera convertir una historia de Karra Elejalde en su tercer largometraje. La película, Airbag (1997), se convirtió en la más taquillera del cine español, honor que mantuvo hasta que, al año siguiente, se estrenó la primera película de la saga de Torrente. Es, sin lugar a duda, la película más comercial de Ulloa, que, desde entonces solo ha estrenado Frágil (2004), minoritaria de nuevo, y Rey gitano (2015), que intentó resucitar el fenómeno comercial de Airbag, sin conseguir el mismo éxito.

 Sin embargo, Karra Elejalde supo explotar al máximo el efecto de Airbag. Tres años más tarde, escribió, dirigió e interpretó junto con Fernando Guillén Cuervo la película Año Mariano. Guillén Cuervo ya había co-protagonizado Airbag e, incluso, había firmado su nombre, junto al de Elejalde y Ulloa, bajo el guion de la película. Año Mariano no tiene la factura ni la frescura de Airbag, pero fue una vuelta de tuerca más (o una ida de olla superior) y comercialmente tuvo incluso más beneficios. Airbag tuvo un presupuesto de tres millones de euros y una recaudación de siete. Año Mariano contó con un presupuesto de unos 180.000 euros y obtuvo una recaudación de más de cinco millones de euros.

No cabe duda de que Karra Elejalde ha conseguido evolucionar por un camino lleno de más éxitos comerciales y ha sabido mantenerse en el candelero (él diría «en el candelabro» si estuviera interpretando a uno de sus personajes), pues lo hemos podido ver en la primera línea de las películas y series de moda (Ocho apellidos vascos y sus secuelas, por ejemplo) y, a la vez, no abandona a los personajes marginales que ha interpretado desde sus inicios interpretativos.

Valdemoro ha sido escenario de todo tipo de películas y series televisivas. En nuestro artículo anterior dedicado al cine en Valdemoro, pudimos ver paisajes urbanos de nuestra localidad en grandes producciones internacionales, en producciones populares españolas y, como hemos visto en este artículo, Valdemoro ha sido utilizado como escenario de películas independientes, marginales o de bajos presupuestos.

 

Valdemoro en el cine

Valdemoro en el cine – Grandes producciones

Orgullo y pasión

«Llegaron en numerosos coches negros. Parecían formar parte de una comitiva oficial como la que había atravesado Villar del Río, cuatro años antes, en Bienvenido, Mister Marshall. Pero estos coches no pasaron de largo. Tampoco se trataba de una comitiva oficial. Eran los protagonistas principales y algunos miembros del equipo de producción de Orgullo y pasión, la película de guerra que aspiraba a ser el exitazo de Hollywood en 1957. Llegaron sobre la una de la tarde y los coches fueron parando brevemente al lado de la puerta del Quinito para que los pasajeros descendieran de los vehículos y entraran en el restaurante, donde habían preparado una mesa larga en el piso de arriba.

Valdemoro estaba de fiesta. Muchos de sus habitantes iban a participar en la película como extras. La escena principal iba a filmarse por la noche, en la plaza del Ayuntamiento. Era una de las escenas más importantes de la película: los miembros de la guerrilla española, interpretados por numerosos valdemoreños, reposaban en la noche tras un largo día de caminata escondiéndose de las tropas francesas. Un guitarrista flamenco anima la velada cuando la novia de Miguel, interpretado por Frank Sinatra, decide tomar el centro de la acción y marcarse unos pasos de baile español. Se trata de una bellísima Sophia Loren, que, con 23 años, protagonizaba su primera superproducción fuera de la industria cinematográfica italiana. La escena es importante para la película porque es la primera vez que se insinúa el triángulo amoroso que se desarrolla a lo largo del largometraje. La actriz italiana baila bajo los atentos ojos de Miguel y de Anthony, el capitán inglés interpretado por Cary Grant que ayuda a la guerrilla española, mientras ambos cruzan miradas.

Pero la escena se rodaría en la noche. Ahora tocaba llegar a Valdemoro en numerosos coches negros, crear expectación en el pueblo, bajarse junto a la puerta del Quinito, subir al segundo piso y sentarse a la larga mesa que en el restaurante habían preparado para las estrellas de cine. Stanley Kramer era el director de la cinta y, sin saberlo, comenzaba la segunda mitad de su segundo matrimonio. Orgullo y pasión era también su segunda película como director. Segundo piso. Segunda mitad de su segundo matrimonio. Segunda película como director. El que más problemas le puso para el rodaje de la película fue Frank Sinatra. El italo-americano había aceptado protagonizar la cinta para estar cerca de Ava Gardner, que estaba filmando también en Europa, e intentar reconquistarla. Cuando se dio cuenta de que la reconciliación era imposible, pidió a Kramer que grabaran cuanto antes las escenas en las que él aparecía para poder irse cuanto antes. El divorcio entre Gardner y Sinatra se hizo efectivo ese mismo año. Kramer tuvo que complacer al actor, adelantando la filmación de algunas escenas pero, como venganza, eligió el peor corte de pelo posible para el personaje de Miguel.

La historia de desamor entre Sinatra y Ava Gardner despejaba las dudas sobre el romance que debía surgir durante la filmación de Orgullo y pasión. Tanto Sophia Loren como Cary Grant dejaron correr los rumores porque, fueran absurdos o no, les convenían a los dos. El caso es que Sophia Loren se casó en septiembre de ese año con Carlo Ponti y Grant estuvo feliz en España. A sus 53 años, se alejaba de su mujer durante una temporada y se atrevía a mostrar su torso desnudo, algo inusual en él, en una de las escenas de acción en Orgullo y pasión.

En el segundo piso del Quinito, las estrellas del largometraje eran los únicos clientes. Tuvieron a un camarero y a una camarera, dos valdemoreños de toda la vida, atendiéndoles de forma exclusiva. Grant estuvo especialmente atento con ambos, a pesar de las diferencias lingüísticas, haciendo preguntas al camarero sobre los manjares y los vinos y coqueteando constantemente con la camarera, cuya belleza llegó a comparar con la de Sophia Loren, quién sabe si para ponerla celosa. Llegó a preguntarle, a través del intérprete que les acompañaba, si sabía bailar flamenco y, mientras tomaban café, sugirió al director que la incluyera como extra en la escena que iban a filmar aquella noche. El vino que habían bebido durante la comida hizo que pronto todos se olvidaran de la sugerencia de Grant y el tema de conversación se fuera por otros derroteros. Ayudó la necesidad de Grant de ir al baño.

Cary Grant se levantó y se dirigió al fondo del comedor. Entró en el servicio y se encontró con unos urinarios un tanto sencillos para lo que el artista estaba acostumbrado en Beverly Hills. Cuando hubo acabado, se lavó las manos y se vio sorprendido por el camarero, que abrió la puerta del servicio y se acercó al actor. Grant le sonrió amablemente hasta que el camarero le acercó una navaja abierta al cuello. Era casi tan grande como la navaja que llevaba consigo a todas partes el personaje que interpretaba Frank Sinatra en el largometraje. El camarero no dijo una palabra. Ya le había hecho saber que no sabía inglés. Con la mano que tenía libre, sacó del bolsillo una fotografía y se la mostró al actor. Era una foto de la camarera que servía con él. Grant comprendió y movió la cabeza ligeramente, haciéndole ver que había entendido el mensaje…».

Han pasado exactamente sesenta años desde que Stanley Kramer, Sophia Loren, Frank Sinatra y Cary Grant vinieran a Valdemoro para rodar algunas de las escenas de Orgullo y pasión, la mayor producción cinematográfica filmada en nuestra localidad, y es tentador escribir una historia de ficción sobre lo que pudo suceder durante la comida que tuvo lugar en el Quinito o durante los días que estuvieron rodando, con camerinos improvisados en la plaza de la Constitución y vigilados por la Guardia Civil. Yo tan solo he querido darles un aperitivo para que ustedes le den el final que deseen.

No era la primera vez que se rodaba en Valdemoro. Ya en 1949, Antonio Román eligió Valdemoro para filmar El amor brujo, una adaptación cinematográfica de la obra de Manuel de Falla; en 1954, José María Elorrieta grabó en Valdemoro escenas de El milagro del sacristán; el mismo director volvió a la localidad al año siguiente para filmar El bandido generoso; el mismo año, 1954, Antonio del Amo vino para dirigir escenas de Sierra maldita; y en 1957, José María Elorrieta volvía para llevar al cine Torero por alegrías, un guion que había escrito junto a José Manuel Iglesias.

Pero Orgullo y pasión marcó un antes y un después. Estamos hablando de una de las veinte películas más taquilleras de 1957 en todo el mundo, una película comercial que buscaba agradar al gran público a la vez que quería hacer historia dentro del género bélico. Por desgracia, se convirtió en una película maldita. A pesar de los altos ingresos en taquilla, tuvo pérdidas por los grandes costes de producción. Stanley Kramer aspiraba a conseguir una obra maestra, con grandes actores y más de diez mil extras (al final de la película, agradece la generosidad de todos los extras españoles, entre los que se encontraba Adolfo Suárez), con avanzados efectos especiales para la época (en las escenas finales, destrozan a cañonazos una parte de la muralla de Ávila) y con un guion simpático, lleno de guiños a las imágenes preconcebidas que los extranjeros de la época tenían sobre España. Pero Kramer tuvo la mala suerte de que, ese mismo año, David Lean dirigiera Un puente sobre el río Kwai, que se llevaría las estatuillas más importantes en la ceremonia de los Óscar, y que, ese mismo año también, Stanley Kubrick dirigiera una de mis películas bélicas favoritas de todos los tiempos, Senderos de gloria.

Más allá de las montañas

En los siguientes diez años, varios directores continuaron eligiendo Valdemoro para filmar parte de sus películas: en 1958, Manuel Mur Oti dirigió una comedia hispano-cubana titulada Una chica de Chicago; el mismo año, Antonio del Amo volvía a la localidad para llevar otra comedia a la gran pantalla, Nada menos que un arkángel; en 1959, Ignacio F. Iquino filmó escenas de una coproducción hispano-mexicana titulada El niño de las monjas; en 1962, Joaquín L. Romero Marchent dirigió La venganza del zorro, con guion de Jesús Franco; en 1963, Javier Setó adaptó al cine El escándalo. Valdemoro parecía el lugar propicio, pues la historia estaba basada en el libro homónimo de Pedro Antonio de Alarcón, autor que había vivido en la localidad a finales del siglo XIX. En 1964, Antonio Merino dirigió Un puente sobre el tiempo/Alféreces provisionales; en 1966, Manuel Torres eligió Valdemoro para filmar parte de Huida en la frontera; en 1967, Pedro Mario Herrero dirigió Club de solteros; el mismo año, el director polaco Alexander Ramati eligió Valdemoro para filmar gran parte de su película Más allá de las montañas, una producción hispano-estadounidense, con un grupo de actores internacionales: protagonizaban la cinta el actor vienés Maximilian Schell, la actriz griega Irene Papas, el calabrés Raf Vallone y la despampanante actriz austriaca Maria Perschy. Y no podemos olvidar a un magnífico Fernando Rey luciendo un bigote que cualquiera diría que inspiró a Sacha Baron Cohen en la creación de su personaje Borat.

La película Más allá de las montañas comienza con el siguiente texto:

«En 1939, mientras Alemania invadía Polonia, Rusia entró procedente del este y miles de soldados polacos fueron internados en Siberia.

En 1941, la misma Rusia fue invadida por Alemania. Esta es la historia de dos hermanos polacos, quienes en la confusión de los tiempos de guerra, escaparon de un campo de concentración de Siberia, dirigiéndose hacia el sur, a Kermine, en la República Soviética de Uzbekistán»

Tras el texto, un tren de época llega a la estación de ferrocarril de Valdemoro. Solo que no podemos leer Valdemoro. Podemos ver un cartel escrito en alfabeto cirílico en el que pone Kermine. La película está rodada en los estudios Sevilla de Madrid, pero gran parte del largometraje tiene lugar en los exteriores filmados en Valdemoro (para algunas escenas, también se desplazaron a Beasáin, Aranjuez, Parla y Boca del Asno, en Segovia).

Convertir Valdemoro en una localidad de Uzbekistán, cerca de la frontera con Afganistán, fue un alarde de maestría cinematográfica que iba (como indicaba el título de la película) «más allá de las montañas». La mayoría de las personas del siglo XXI que se acerquen a la película como espectadores se aburrirán bastante. Pero cualquier valdemoreño que se precie de conocer bien su localidad se divertirá descubriendo los rincones de la villa que fueron transformados en parte del paisaje uzbeko. Yo disfruto imaginando las bromas que harían los extras valdemoreños cuando les hicieran llevar esos abultados gorros de cosacos o les pegaran esos bigotes gruesos que, se supone, lucen los varones de la zona.

Al comienzo de la película, podemos ver a unos niños lavando en un riachuelo inventado al lado de la estación de tren, algo que maravilló a los lugareños de la época. Pero el mayor logro audiovisual lo consiguió Alexander Ramati con la larga escena de tormenta de arena del desierto uzbeko que desencadena, además una ambigua escena amorosa tras la cual los dos protagonistas hacen planes para escaparse juntos una vez crucen la frontera.

El turismo es un gran invento

Un año después del estreno de Más allá de las montañas, en 1968, una producción española daba una vuelta de tuerca más y conseguía que Valdemoro se convirtiera en una población mucho más exótica y lejana que una localidad de Uzbekistán. En este caso, Valdemoro se transformaría en un pueblo aragonés de la «España vacía» que, a su vez, y dentro del largometraje, aspiraba a convertirse en un centro de atracción turística para las suecas. Estamos hablando de la disparatada cinta dirigida por Pedro Lazaga, El turismo es un gran invento. En un guiño al nombre de nuestra localidad, el pueblo se llamaba Valdemorillo del Moncayo.

La película comienza con un fascinante riff de jazz, con batería y trompeta, que desemboca en el tema musical principal de la película, compuesto por Antón García Abril. La letra de la canción no tiene desperdicio: «Me gusta hacer turismo, es algo estimulante, es una emocionante manera de aprender. Olvide sus problemas, no piense en los negocios y déjeles a sus socios el deber y el hacer. Relájese en la arena, consígase un flirteo y sienta el cosquilleo del sol sobre su piel. Y luego, por la noche, con un whisky delante, descanse en el sedante sillón de un buen hotel».

Las escenas de playa se filmaron en Marbella y los exteriores de Valdemorillo del Moncayo corresponden a la población madrileña de Torrelaguna. Sin embargo, las escenas más largas y los diálogos más interesantes de la película se desarrollan en el salón de juntas del Ayuntamiento del pueblo. Para estas conversaciones, Pedro Lazaga eligió el Salón de Sesiones del antiguo consistorio de Valdemoro. Allí Paco Martínez Soria convence a sus vecinos de que necesita dinero para ir a Marbella con el objetivo de obtener ideas para el desarrollo turístico del pueblo; allí, sus convecinos y amigos protestan cuando reciben misivas pidiendo más dinero; allí, Paco Martínez Soria renuncia a todo lo que tiene para pagar los gastos ocasionados por sus ideas de desarrollo…

Detrás del tono humorístico de la película, descubrimos la realidad de los pueblos del interior de España. Unos pueblos que se fueron vaciando desde el final de la Guerra Civil y que mandaron a toda su juventud a las grandes ciudades. Para aquellos que quieran profundizar en este tema, nos gustaría recomendar el libro La España vacía, de Sergio del Molino, publicado en 2016. Nuestra localidad sería un lugar interesante para el estudio de este tema porque, debido a su cercanía a Madrid y a la mejora de las comunicaciones en los últimos cincuenta años, Valdemoro ha dejado de ser parte de la «España vacía» para convertirse en parte de la metrópolis capitalina, creando una personalidad propia, gracias a su combinación de pasado rural con su presente urbano.

Paco Martínez Soria había sido alcalde de Valdemoro. Cuando parecía que nada mejor podía pasarle a nuestra localidad, el mismo año, en 1968, Orson Welles filmó partes de Una historia inmortal en Valdemoro; en 1969, Rafael Gil dirigió Sangre en el ruedo; en1970, Pedro Lazaga volvió para grabar Las siete vidas del gato; en 1972, Valdemoro fue escenario de nada menos que tres películas: Marianela, dirigida por Angelino Fons,  La duda, de Rafael Gil, y La cera virgen, de José María Forqué; en 1975, Joaquín Coll Espona dirigió Mi adúltero esposo (“In situ”); en 1993, Josefina Molina vino a rodar La Lola se va a los puertos; y, por último, en 2000, Álvaro Fernández Armero dirigió El arte de morir y Karra Elejalde y Fernando Guillén Cuervo vinieron para rodar parte de su Año Mariano.

No tenemos noticias de que se hayan filmado más películas en Valdemoro. Sin embargo, a partir del año 2000, se han grabado varias series de televisión: en 2008, Antena 3 filmó partes de su Cazadores de hombres, la serie protagonizada por Emma Suárez, y El síndrome de Ulises, protagonizado por Miguel Ángel Muñoz; en el 2008 también, Cuatro eligió Valdemoro para algunas partes de Cuenta atrás, la serie protagonizada por Dani Martín; en el mismo año, Telecinco grabó partes de Hermanos y detectives y el último episodio de Yo soy Bea; y también en 2008, TVE filmó escenas de UCO; en 2010, Telecinco grabó partes de su serie La que se avecina; en 2015, Antena 3 escogió Valdemoro para algunas escenas de la serie Apaches y en 2016, partes de la serie Mar de plástico; por último, en 2017, José Mota vino a grabar escenas de El acabose, de TVE.

A lo largo de sus siglos de historia, Valdemoro ha sido visitado por reyes y nobles, por célebres artistas y grandes autores, desde Cervantes a Miguel Hernández. A partir de mediados del siglo XX, y hasta nuestros días, Valdemoro ha recibido también personalidades del mundo de la música, del teatro y, como hemos podido ver en este artículo, de la industria cinematográfica.